Emoticonos felices como símbolo de la exigencia de estar siempre bien emocionalmete
¿Tengo que estar siempre bien? Aprender a aceptar los altibajos emocionales

Sentirnos bien se ha convertido casi en una obligación. En una época en la que las redes sociales muestran vidas perfectas y la felicidad se vende como una meta constante, es fácil creer que estar triste, cansado o frustrado es sinónimo de fracaso. Pero ¿realmente tenemos que estar siempre bien? En realidad, no. Aprender a aceptar tus emociones y los altibajos emocionales es un paso fundamental para construir una relación más sana con nosotros mismos y con la vida.

 

La trampa de la felicidad constante

Vivimos en una cultura que idolatra la positividad. Frases como “sé feliz”, “no te quejes” o “piensa en positivo” parecen mensajes inocentes, pero a menudo generan un efecto contrario al deseado. Cuanto más intentamos eliminar las emociones incómodas, más intensas se vuelven.
La psicología lo ha comprobado: reprimir las emociones negativas no las hace desaparecer; simplemente se esconden, esperando el momento de salir con más fuerza. Esta lucha interna nos deja agotados, ansiosos y frustrados. Si te cuesta permitirte sentir emociones difíciles, puede ayudarte leer Perfeccionismo silencioso: cuando la exigencia se esconde tras  la calma.

Como señala el psicólogo Steven Hayes, creador de la Terapia de Aceptación y Compromiso, “la felicidad no consiste en eliminar el malestar, sino en aprender a vivir de manera plena con todo lo que sentimos”. Aceptar no significa rendirse, sino abrir espacio para lo que ocurre dentro de nosotros sin juzgarlo.

Practicar la autocompasión y aceptar los sentimientos sin juicios

Las emociones no son enemigas

Tristeza, miedo, rabia o culpa no son errores del sistema emocional. Todas tienen una función y un sentido.

  • La tristeza nos invita a detenernos, reflexionar y sanar.
  • El miedo nos protege y nos prepara para actuar ante el peligro.
  • La rabia nos ayuda a poner límites y defender lo que valoramos.
  • La culpa nos orienta hacia la reparación o el aprendizaje.

Negarlas es como tapar el tablero de mandos de un avión: deja de funcionar la guía que nos orienta.
Aceptar nuestras emociones significa reconocer que todas son parte de la experiencia humana. Daniel Goleman, autor de Inteligencia emocional, afirma que el bienestar no proviene de eliminar emociones negativas, sino de aprender a gestionarlas con conciencia.

 

La aceptación como herramienta de bienestar

Desde la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), se propone un enfoque muy distinto al de “controlar” o “eliminar” las emociones. La clave está en abrirse a la experiencia emocional tal como es, incluso cuando resulta incómoda.
Aceptar no implica resignarse, sino dejar de pelearse con lo inevitable. Es permitir que las emociones estén presentes sin que definan nuestras acciones.

Por ejemplo:

  • Si siento ansiedad antes de una reunión importante, puedo notar cómo se acelera mi corazón, reconocer el nerviosismo y, aun así, actuar de acuerdo con mis valores: la responsabilidad, la honestidad o el compromiso.
  • Si me invade la tristeza, puedo observarla sin juzgarme, cuidarme más y pedir apoyo, en lugar de fingir que todo va bien.

Aceptar es un acto de valentía. Significa mirar de frente aquello que nos incomoda y seguir adelante con sentido.

 

Aprender a convivir con los altibajos

Altibajos emocionales representados por olas de marLas emociones fluctúan como las olas del mar. Pretender que la marea esté siempre tranquila es tan irreal como peligroso. La estabilidad emocional no consiste en no moverse, sino en saber navegar incluso cuando hay tormenta.
Algunos pasos pueden ayudarnos en ese proceso:

  1. Observar sin juzgar. Cuando notes una emoción intensa, intenta describirla con palabras (“siento ansiedad”, “me noto irritado”) en lugar de etiquetarte (“soy un desastre”, “no puedo más”).
  2. Permitir la experiencia. En lugar de luchar contra la emoción, déjala estar un momento. Respira, date espacio y recuerda que toda emoción tiene un principio y un final.
  3. Cuidarte sin exigencia. El autocuidado no es solo hacer cosas agradables, sino también respetar tus ritmos, descansar y pedir ayuda si lo necesitas.
  4. Recordar tus valores. Las emociones cambian, pero tus valores —lo que de verdad te importa— pueden guiarte incluso en los momentos difíciles.
  5. Evitar la comparación constante. Cada persona vive su propio proceso. Las redes muestran fragmentos, no la realidad completa.

Sentir emociones difíciles no te hace débil, te hace humano. Negarlas solo te aleja de ti mismo.

El peligro del “debería estar bien”

Una de las fuentes más frecuentes de sufrimiento es el pensamiento “debería sentirme mejor”. Este tipo de exigencia emocional crea una doble capa de malestar: primero sentimos una emoción difícil, y después nos culpamos por sentirla.
Walter Riso señala que la autoexigencia emocional —esa voz que nos dice que no tenemos derecho a sentirnos mal— es una de las principales causas de ansiedad y baja autoestima.
Aceptar que no siempre estaremos bien no es conformismo, es realismo emocional. La vida incluye momentos de luz y de sombra, y ambos tienen cabida en el camino del crecimiento personal.

 

La autocompasión como antídoto

Cuando aceptamos nuestras emociones sin juicio, damos paso a una actitud más amable hacia nosotros mismos: la autocompasión.
Ser autocompasivo no significa sentir lástima, sino tratarnos con la misma comprensión que ofreceríamos a un amigo. Kristin Neff, investigadora en este campo, ha demostrado que la autocompasión reduce el estrés y mejora la resiliencia.
Podemos practicarla con gestos simples:

  • Hablarte con respeto, incluso cuando fallas.
  • Reconocer que todos los seres humanos sufren y que no estás solo en tu dolor.
  • Dedicarnos tiempo para cuidar cuerpo y mente.

La autocompasión no elimina el malestar, pero lo suaviza y lo hace más llevadero.

Aceptar tus emociones, la libertad como la mariposa alejándose de la mano secuestradora de su natural libertad

Aceptar también la alegría

Aceptar los altibajos no solo implica permitir el dolor. A veces, también cuesta aceptar la alegría por miedo a perderla, a parecer egoísta o a que “no dure mucho”.
Permitirnos disfrutar sin culpa es parte del mismo proceso de aceptación. Cuando dejamos de controlar nuestras emociones, todas —también las positivas— fluyen con más naturalidad.

 

Vivir una vida plena, no perfecta

Aceptar los altibajos emocionales no nos hace inmunes al sufrimiento, pero sí más libres. Nos libera del peso de la exigencia, de la culpa y de la comparación constante.
Como diría Martin Seligman, padre de la psicología positiva, la plenitud no consiste en estar feliz todo el tiempo, sino en vivir con sentido, incluso cuando la vida se vuelve incierta.
Quizás el bienestar no esté en “estar siempre bien”, sino en aprender a estar presentes, con todo lo que somos, en cada momento.

 

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